Publicado por Planeta en diciembre de 1975.
120 páginas (ADE).
Empecé esto de vivir un 23 de mayo de mil novecientos treinta y tantos, en Cuenca, cosa que muy poca gente puede decir. Inmediatamente me di cuenta de que esto no tenía un buen cariz. A consecuencia de la primera bofetada hice el Bachillerato, el cual me sirvió para nada, como es lógico. Después me empleé en una oficina (Abastos), en la que sólo resistí cinco años. Ellos siguen. Comencé a colaborar en el periódico local Ofensiva y en Radio Nacional conquense. Con lo que sacaba de ambas colaboraciones ya tenía para nada, y con eso iba tirando. De otra bofetada hice la mili. En 1956 me fui a Madrid, bajo el patrocinio monetario y artístico de César González Ruano, que Dios tenga en su café. Y como al césar lo que es de César, a él le debo lo poco o mucho que hasta ahora haya conseguido.
Me presentó a Mingote y con él me inicié en los avatares humorísticos del desaparecido Don José. Como ya ganaba casi 1.500 pesetas al mes me casé. Con una mujer, por cierto, cosa que tampoco pueden asegurar todos los casados. La Codorniz me acogió en su seno (el otro, no teta) en 1959, año en el que también conseguí ser actor y guionista de Radio Madrid. Y de esta manera, con el dinero que cobraba en la radio y La Codorniz logré que mi patrona me echara de la habitación por no pagar. Casado y cansado, entré a TVE en 1961, donde hice como guionista, en compañía de un ex compañero, «La tortuga perezosa».
Ya por entonces, Luis Sánchez Polack (Tip) y yo éramos todo lo amigos que permiten las leyes vigentes. Y nos divertíamos solos, hablábamos solos, nos reíamos solos y nos daban envidia las personas que tenían una peseta para coger el «Metro». Tuvimos hijos (mi mujer y yo, que en esto Tip jamás colaboró conmigo) hasta un número de cinco en la actualidad.
Creo recordar que fue en 1969 cuando a Fernando García de la Vega se le ocurrió llevarnos a TVE, no como Luis Sánchez Polack (Tip) y José Luis Coll, sino como Tip y Coll, a su emisión «Galas del Sábado». Y como la gente es buena en el fondo, buena y agradecida, dijeron que sí, que bueno, que de acuerdo, que se reían. A partir de entonces nuestras deudas fueron disminuyendo, disminuyendo, disminuyendo... Cine, teatro, televisión, radio, circo y variedades, aun siendo puramente españoles. Y en ello estamos, mientras Dios y otras cosas lo permitan. (José Luis Coll).
El diccionario de Coll no tiene más linde conocida que la de su sapiencia, que es mucha, y la de su paciencia, que no lleva camino de agostarse. En broma y a lo tonto, ¡sí, sí, a lo tonto!, Coll se inventa palabras graciosas y vivas como sabandijas... (Del prólogo de Camilo José Cela.)
Después de haber escrito semejante obra, huelga añadir nada. Y sólo me resta decir que cuando este Diccionario alcance la edición número 35.879.450, sólo faltará una para llegar a la número 35.879.451. Y todos los españoles habremos conseguido, con pleno deleite, el desconocimiento total de la lengua castellana. Pero por esto no hay que preocuparse porque no sólo de la lengua vive el hombre. Y este hombre que ha sido capaz de inventar cerca de dos mil palabras merece mi aplauso, mi abrazo, mi tabaco, mi nuera, mi crobio, mi asma y mi opía. (Del epílogo de «Tip».)