Publicado por Taurus en mayo de 1959. Número 61 de la colección El Club de la Sonrisa.
148 páginas (ADE).
Fiel a la clásica definición sthendaliana, el autor aprovecha para ver reflejada la vida el espejo del anaquel de un bar. En este caso no es el espejo el que busca a los personajes, sino los personajes los que van a reflejarse en él, atraídos por el “matarratas” que despachan en el bar donde se acoda el narrador de las historias que componen este libro. Sentado en su alto taburete, abúlico hasta el punto de no confesar jamás su nombre, está este testigo impertérrito, recibiendo los chismes que van a caer en su regazo, pero sin que él se moleste lo más mínimo en buscarlos.
Paño de lágrimas de baja estofa, preocupado únicamente con averiguar los ganadores de las carreras del siguiente día, este hombre sin nombre, inclusero literario, traduce al lenguaje vulgar los sufrimientos y alegrías ajenas, sin sentir por unos o por otras excesiva compasión ni excesivo desdén. Él escucha por pura indolencia tan sólo, puesto que le resulta más cómodo escuchar las historias ajenas que el levantarse, coger la puerta y arribar al puerto alcohólico de otro mostrador que le acoja en su barra.
Ahora una advertencia: Si usted es hombre precavido, de esos que leen la solapa antes de comprar el libro, no crea que ha de encontrar en estas páginas florilegios de lenguaje. Salvo la ortografía, que el autor ha procurado respetar, el resto no tiene el diablo por dónde cogerlo: la sintaxis es mala; el estilo, pedestre, barriobajero.
Y no cabe en este caso la excusa de la pura coincidencia, porque el autor lo ha hecho con toda deliberación.
Perdónenle, aunque sabe lo que se hace.
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